El compañero eterno que acompaña a sus dueños a transitar el camino hacia el Mictlán.
El término xoloitzcuintle se origina del náhuatl: xólotl, extraño, deforme, esclavo, bufón, y de la palabra itzcuintli, perro. En la mitología mexica, Xólotl era el dios de la transformación, de los gemelos o lo doble, la oscuridad nocturna, lo desconocido, lo monstruoso y la muerte; era considerado el hermano gemelo y contraparte del dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, quien representaba la vida, la luz y el conocimiento. Ambos dioses encarnaban un rostro antagónico del planeta Venus en su tránsito frente al Sol. Cuando los europeos llegaron al continente americano en el siglo XVI, quedaron impresionados ante las expresiones culturales de los pueblos autóctonos y la exuberancia del entorno que habitaban. Entre las rarezas que hallaron, había una criatura a la que inicialmente confundieron con un caballo enano. Se trataba en realidad del xoloitzcuintle, un canino ancestral endémico de México y Centroamérica.
La leyenda del Xolo cuenta que si este es color negro, no podrá llevar a las almas del otro lado del río, pues su color indica que él ya se ha sumergido en el río y ha guiado ya a suficientes almas a su destino. De igual forma, si el Xolo es blanco o de color muy claro, tampoco podría atravesar el río, pues eso significa que es muy joven y aún no ha podido alcanzar la madurez para lograrlo. Solamente cuando son de un color gris jaspeado, podrá llevar a cabo esta importante tarea. De esta forma podemos ver como nuestros antepasados nos han heredado a través de la cultura y la tradición, el amor y el respeto por estos bellos animalitos que se han vuelto parte de nuestra vida, y que nos acompañan y guían tanto en vida como en muerte.
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