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José María Velasco: el pintor mexicano que hizo del territorio un símbolo nacional


La historia del arte en México no puede entenderse sin José María Velasco. Es, después de todo, el máximo paisajista mexicano, y sin su producción, valores, y elecciones estéticas la historia del arte en Hispanoamérica hubiese tomado un curso completamente diferente. Por ello, es considerado fundador del espacio pictórico en esta región. Además, su revolucionaria obra fue clave para la construcción de una identidad nacional.


José María Velasco es mejor conocido por sus pinturas de paisajes. Su elección de tema y su meticuloso enfoque hacia la técnica representaron un parteaguas en la pintura: hasta entonces, el retrato y las figuras bíblicas dominaban en este oficio. Para pintar sus paisajes, Velasco estudió sus escenas con una profundidad arquitectónica y científica, dando inicio a una tradición pictórica mexicana que transformaría la geografía de su país en un símbolo nacional, serviría como un documento histórico medioambiental y daría a la pintura de México un reconocimiento y alcance mundial.


¿Quién fue José María Velasco?


José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco y Gómez-Obregón nació el 6 de julio de 1840 en Temascalcingo, Estado de México. Cuando tenía 9 años, su familia se trasladó a la Ciudad de México. Cinco meses después de su llegada a la capital, su padre falleció durante una epidemia de cólera, por lo que el joven José María tuvo trabajar en una tienda de ropa mientras estudiaba Colegio Lancasteriano de Santa Catarina Mártir, lugar en el que descubrió su talento artístico y su pasión por el oficio que definiría su vida: la pintura.


Con la ayuda de una beca, ingresó a la prestigiosa Academia de San Carlos, donde estudió en el turno nocturno mientras trabajaba en el negocio de rebozos de sus tíos. Fue en esta escuela de bellas artes donde conoció a Eugenio Landesio, un pintor de paisajes italiano que se convertiría en la principal influencia de su obra. Landesio tenía una visión innovadora sobre la pintura y su instrucción: solía llevar a sus alumnos de excursión para contemplar y estudiar el paisaje de primera mano.


Para Landesio, la pintura de paisajes se basaba en una observación constante de la naturaleza y plantear el paisaje no como un escenario, sino como una representación fidedigna de un lugar; algo innovador para su época. Su visión plantea pintar un lugar a través de una perspectiva casi científica pero que a su vez englobe lo más representativo de lo que se está pintando.


Otra de las grandes influencias de Velasco fue el impresionismo francés, en el que encuentra una apertura en general por las escenas y paisajes en favor de los retratos, así como un minucioso estudio de la luz y una celebración de la naturaleza; estos valores eventualmente definirían la obra de Velasco, separándolo de todos sus contemporáneos en México.


Además de visión y talento singular para los paisajes, Velasco fue un erudito y su pasión se tradujo en la precisión de sus obras: estudió matemáticas, botánica, zoología y anatomía; formó parte de la Sociedad Mexicana de Historia Natural e incluso descubrió una especie de ajolote.



Velasco, pintor consagrado


La naturaleza tiene un papel central en la obra de este pintor, y el Valle de México fue su gran musa. Las pinturas más famosas de José María Velasco son protagonizadas por el Valle de México visto desde diferentes cerros y montañas, que en ese entonces estaban a las afueras de la capital mexicana. Entre ellas encontramos El valle de México desde el cerro de Santa Isabel (1875)—una elevación conocida hoy como Cerro del Guerrero, en el norte de la Ciudad de México—Valle de México (1877), Valle de México desde el Cerro del Tepeyac (1891) y Valle de México desde las lomas de Tacubaya (1894).


Su visión iba mucho más allá de un chispazo de genialidad; basándose en las enseñanzas de Landesio, Velasco acampaba en cada lugar antes y después de dibujar sus paisajes para estudiar con detenimiento los elementos geográficos, arquitectónicos y botánicos de la escena. En total, Velasco admitió haber creado 273 piezas, sin contar bocetos preparatorios y dibujos científicos.


Además de capturar la belleza de la ciudad y sus alrededores, Velasco también retrató otras regiones del país y de América Latina, tal como lo muestra Catedral de Oaxaca (1887), La cañada de Metlac (1897) y Bahía de La Habana (1889).


Su dedicación y talento rápidamente se tradujeron en reconocimientos e invitaciones; recibió la medalla de oro de la Exposición Nacional de Bellas Artes en los años 1874 y 1876, y fue invitado a exponer en la Exposición Universal de París de 1889 y la Exposición Mundial Colombina de Chicago en 1893.




El legado de José María Velasco


José María Velasco falleció el 26 de agosto de 1912 en Villa de Guadalupe Hidalgo–hoy conocida simplemente como La Villa–, que entonces era un suburbio de la Ciudad de México. El pintor tenía 72 años.


Su trabajo no solo ha inspirado a los pintores que después marcarían la historia de la pintura mexicana, si no a artistas de todo tipo. En 1942, Octavio Paz, escritor ganador del Nobel, reflexionó sobre sus obras. “El equilibrio, la sobriedad arquitectónica, los ritmos austeros recuerdan la precisión de ciertos poemas mexicanos. Si Velasco hubiera sido poeta, su forma predilecta habría sido el soneto. Sus paisajes poseen el mismo rigor, la misma arquitectura desolada y nítida, la misma monotonía de los sonetos de [el poeta Manuel José Othón]. La línea horizontal que los divide tiene la calidad de un final de estrofa”.


Si bien figuras como Dr. Atl, José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros tomaron como base su obra en sus primeros años, fue su determinación de romper con la tradición creada por Velasco lo que desencadenaría el muralismo mexicano. Su influencia también se puede percibir en el trabajo del cinefotógrafo Gabriel Figueroa, un personaje que dio forma al Cine de Oro de mediados del siglo XX en México.


Si bien explorar la obra Velasco inspira en primer lugar su innovadora visión sobre la perspectiva, precisión y expresividad nunca antes vistas hasta entonces, su legado trasciende la pintura como un recurso histórico, un vínculo con el territorio y un catalizador de una de las escuelas pictóricas más fascinantes del mundo.

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