Los mayas lo consideraban como un de los más importantes árboles sagrados.
La ceiba es uno de los árboles más altos de América Tropical, llegando a medir hasta 50 metros de altura. Su tronco y follaje pueden cubrir hasta 1,600 metros cuadrados de superficie. Los mayas lo consideraban como un de los más importantes árboles sagrados, pues unía el mundo subterráneo de Xibalbá con el mundo de los vivos y los situaba en cada uno de los cuatro puntos cósmicos. También lo llamaban el árbol de la vida y la fecundidad, en códices mayas, la ceiba aparece con un papel fundamental como estructura del universo, axis-mundi o eje del mundo. Los mayas creían que las aves sagradas que se posaban sobre cada de las ceibas sostenían el universo.
Este precioso árbol puede crecer hasta 70 metros de altura y alcanzar un diámetro de tres metros. Su generosa copa crece formando diversos “pisos” de ramas y hojas, y sus flores de carnosos pétalos despiden un peculiar perfume. También son notorias sus magníficas raíces, que se encajan en el suelo caprichosamente, exhibiendo la potencia de su anclaje.
Existen algunas comunidades contemporáneas que mantienen activa esta correspondencia sagrada. Entre los mayas, por ejemplo, el culto a la ceiba (o ya’ax’che) se sigue practicando. Pero la ceiba es un árbol muy especial, que figura en varias culturas de México. En algunas regiones del sur del país (como Oaxaca y Morelos), la conocen como ceibo o pochote (del náhuatl pochotl), y su corteza se utiliza para realizar artesanías. En muchas comunidades, la ceiba es apreciada por sus cualidades medicinales. Tradicionalmente se utilizan la corteza, las hojas y tallos para curar heridas y tratar el acné, además de usarse para aliviar síntomas de reumatismo, enfermedades intestinales, inflamación, dolor de muelas, quemaduras y salpullido. Pero sobre todas las cosas, se trata de un árbol sagrado.
Su peculiar forma lo que sugirió a los mayas que la ceiba era un árbol divino. Y aún los mayas contemporáneos lo consideran “el árbol de la vida”. Se piensa que sus ramas forman el cielo y que, con sus raíces, tejen el inframundo, conectando los tres niveles cosmogónicos. El tronco, que mantiene el plano terrenal, también es un conducto para comunicarnos con los otros niveles.
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